jueves, 7 de octubre de 2010

Aterrizaje en el capitalismo

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Con el recorte de la nómina oficial, un millón de cubanos enfrentará las incertidumbres del mercado.

Una reciente investigación adelantada por las autoridades de la salud en la provincia de La Habana demostró que buena parte de las 45 clínicas que funcionan en la zona solo tienen entre tres y cinco camas, pese a lo cual su plantilla es de más de veinte empleados, entre médicos, enfermeros, administrativos y personal de limpieza y seguridad. También comprobó que operan 19 bases municipales de ambulancia, algunas de las cuales cuentan apenas con un vehículo, pero todas tienen una nómina de más de 30 funcionarios. En una clínica, la del municipio de San José de Las Lajas, 75 profesionales de salud ofrecen todo tipo de servicios durante las 24 horas del día. Sin embargo, los pacientes rara vez pasan de 15 por semana.
Semejante hinchazón burocrática, que se repite a todos los niveles en Cuba, ha sido un lastre formidable para la economía cubana, y ahora desemboca en la más honda revolución laboral desde que subieron al poder Fidel Castro y sus compañeros, hace ya medio siglo.
La semana próxima empezará un drástico recorte de empleados estatales. En el primer semestre se suprimirán 500.000 puestos y en tres años habrá desaparecido un millón de empleos públicos. La fuerza laboral del país es de 5 millones (algo menos de la mitad de los habitantes), de los cuales 4,2 millones están en nómina oficial. Los 800.000 restantes trabajan en cooperativas, cultivos agrícolas o pequeños establecimientos familiares.
Hace algunas semanas, el presidente Raúl Castro anunció un salto súbito hacia los negocios privados y calculó que, de la primera tanda de cesantes, unos 465.000 deberán buscarse la vida por su propia iniciativa; los 35.000 restantes podrían recibir su salario durante cinco meses, mientras se ubican en cooperativas agrícolas o urbanas.
Si no lo logran, el diario gubernamental Granma acepta que "la Revolución humanista estará al lado de ellos evaluando y proponiendo soluciones acordes con sus necesidades reales".
No es mucho consuelo ante el temor generalizado que produce en los trabajadores la desaparición de una cuarta parte de los empleos públicos. El cardenal Jaime Ortega comenta que "hay un poquito de expectativa y de preocupación". Resulta comprensible. Abandonar el tibio regazo de una vida a costa del Estado y aceptar el aterrizaje -mejor sería decir el 'barrigazo'- en el capitalismo crea incertidumbre.
Y mucho más si quienes ofrecen acompañarlos y asistirlos no tienen ni idea de fomentar la microempresa capitalista, hasta hace poco mirada como una enemiga de la igualdad social. Los 'cuentapropistas', como se los denomina, tendrán que salir adelante dando palos de ciego, con impuestos rigurosos y sin préstamos suficientes, seguros, asesoría adecuada ni estabilidad de suministros.
En efecto, la experiencia cubana con esta clase de economía en los últimos 50 años es poca y pobre. Apenas se acepta desde hace un tiempo el pequeño negocio unipersonal o familiar: barberías, sastrerías, comedores...
A pesar de todo, la privatización de determinadas actividades era un paso indispensable para descargar la burocracia y activar la parapléjica economía cubana. Habrá un periodo de adaptación, durante el cual, como en cualquier mercado capitalista, sobrevivirán los más fuertes, los más imaginativos, los más laboriosos.
Pero, al cabo de algunos años, el país empezará a sentir el empuje renovador que llega de abajo. Es, al menos, lo que dice la teoría y lo que experimentó China. Desde el lunes, cuando empiezan los despidos, Cuba lo probará en carne propia.

F  eltiempo.com

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